EL PODER TRANSFORMADOR DE LA LITERATURA
- Laura

- Feb 14, 2021
- 2 min read

Hace unos días, una persona me aconsejaba no tratar de difundir Un nombre de guerrero entre el público general. Aunque a ella le había gustado mucho, la historia le parecía demasiado dolorosa e íntima para recaer en un lector ajeno a esa realidad. El comentario venía con cariño y un cierto sentido protector. Sentada en la silla, levanté la vista de la pantalla con la duda en forma de gusanillo que recorría mi estómago, y me puse a reflexionar sobre el tema.
Muchos de los libros que leemos son autobiográficos. Nos abren esa cajita secreta donde se esconden sentimientos que reservamos para los momentos de soledad y nos relatan vivencias en ocasiones terribles. Sin pretender compararme con escritoras consagradas, se me vienen a la cabeza títulos como El año del pensamiento mágico (Joan Didier), Sigo aquí (Maggie O’Farrell), o Siberia. Un año después (Daniela Alcívar). Este último precisamente narra el duelo de la autora tras una pérdida gestacional. Imagino que, para todas ellas, escribir pudo ser terapéutico, un modo de indagar en sus propias entrañas para reconciliarse con ellas y sanar. Publicar y compartir su novela autobiográfica pudo haber tenido un punto de salto al vacío, de abrirse en canal dejando expuesta la carne en la vitrina, de abandonar el corazón a la intemperie. De total vulnerabilidad. Pero de esa manera franca y tan personal nos condujeron a experimentar en un simulador, envolviéndonos en su mundo a pesar de las distancias físicas y emocionales. La narrativa tiene ese poder mágico de transmitir y conmover como otras formas de expresión no consiguen hacerlo.
Algunos libros llegan más lejos y no solo transmiten, sino que transforman. Pienso en obras recientes como El consentimiento (Vanessa Springora), o La familia grande (Camille Kouchner). Ambas tratan de manera autobiográfica el tema de las agresiones sexuales a menores, un trauma tan oculto como ocultado. Aunque era necesaria una sensibilidad colectiva que habría madurado con los años y que estaba preparada para derrumbar tabiques, han sido dos testimonios novelados los que han sacudido las conciencias y generado el debate suficiente para plantear cambios legislativos en Francia. No me sorprende.
Un nombre de guerrero puede que no sea una novela para todo el mundo. Quien me desaconsejaba difundirla tenía mucha razón al argumentar que muchas personas buscan entretenerse con una lectura ligera, que bastantes penas nos trae ya la pandemia. Pero confío en que se abrirá un hueco entre aquellos que están dispuestos a sentir. Hasta ahora la respuesta está siendo abrumadoramente positiva. Personas que no me conocen han descrito Un nombre de guerrero como una historia maravillosa, una historia que destila amor, ternura, delicadeza… lo que me reafirma en la convicción de que la literatura atraviesa contextos y logra acercarte a quien de otro modo quizás no te vería.
Si logro que un puñado de lectores comprendan mejor la dureza de enfrentarse a la decisión de interrumpir un embarazo deseado, si consigo que se emocionen y en el futuro sepan acompañar mejor a quien se encuentre en una situación parecida, entonces habrá merecido la pena. Este corazón a la intemperie habrá encontrado un refugio.
Mil gracias a todos los que me habéis contactado tras leer Un nombre de guerrero, porque vosotros sois ese refugio.




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