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SENTIMIENTOS DE UN DUELO INCOMPRENDIDO

Nuestro duelo es diferente. El dolor de la pérdida nos hermana con todas las madres que han perdido a un hijo. Sin embargo, las mujeres que hemos pasado por el duro trance del aborto terapéutico debido a la enfermedad grave de nuestro hijo intuimos que nuestro duelo tiene un componente que lo hace único, y del que apenas se habla. Los referentes escasean. Busqué y busqué. En aquellos momentos inciertos necesitaba apoyo, sentirme comprendida, verme reflejada en la experiencia de otras personas que hubieran atravesado algo parecido. Agradecí de corazón todos los recursos que encontré acerca de como superar el duelo perinatal y neonatal. Pero un pequeño hueco permanecía vacío, sin tratar, como una herida de la que nadie se preocupa o a la que nadie osa acercarse. Un nudo apretado que formaba un todo indisoluble con mi pena: el desenlace de la vida de nuestro hijo lo decidimos mi pareja y yo. No fue un accidente, ni un hecho fortuito. Y esta verdad añade un barniz espeso que cambia por completo la tonalidad de lo vivido.

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Por experiencia propia, sé que sufrir un aborto terapéutico es extremadamente doloroso para la persona que lo vive, y que nadie puede ponerse en tu piel. Las personas a tu alrededor no parecen entenderte y, aun cuando lo intentan, no logran dar sentido completo al enjambre de sentimientos encontrados, de emociones escondidas entre capas y capas de explicaciones que simplifican lo que ocurre en tu interior. Y esa falta de comprensión es minúscula en comparación con el miedo al abismo que se abre más allá de los seres queridos que han aceptado tu decisión. Sabes que el aborto es un tema controvertido y sientes pavor a ser juzgada.

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¿Qué sentimos las mujeres que decidimos seguir adelante con un aborto terapéutico? ¿Cómo expresar con palabras esa cajita de emociones que todas guardamos dentro, bien apretada, al abrigo de juicios hirientes? Imagino que cada persona podría ofrecer una descripción diferente, ligado a su experiencia individual, pero quizás alguien sienta ese tintineo que te agita cuando te sientes reconocido en las palabras de otro.

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  • Desasosiego ante lo incierto: Cuando recibes la terrible noticia, no consigues procesar ningún mensaje mas allá de que tu hijo está enfermo. Algunos médicos son más didácticos a la hora de explicar las posibles implicaciones de la enfermedad, pero lo cierto es que, en muchos casos, ni siquiera los profesionales lo saben con certeza. Cada caso es único y puede evolucionar de manera distinta. Algunas enfermedades son raras, y a menudo no existen estudios científicos sobre las condiciones de vida que le esperan a tu ser más querido. Nuestro hijo tenía un problema pulmonar, otros niños son diagnosticados de afección cardiaca, cerebral… Son órganos esenciales para la vida, pero ¿qué significa realmente, en el día a día más cotidiano, que mi hijo sufra una determinada enfermedad? ¿Qué vida le espera? Así que te ves enfrentada a la decisión mas dura de tu vida sin contar con toda la información que necesitas para hacerlo de forma justificada. Yo sentía que estaba tomándola medio a ciegas porque las explicaciones médicas y científicas se quedaban cortas para la madre angustiada que yo era. En algunos casos, se añade que el reloj juega en tu contra y en unos días debes comunicar la decisión para entrar en el plazo legal. Nosotros pudimos contar con varias semanas, durante las que leí y releí todos los estudios médicos que pude encontrar sobre el tema, sin por ello encontrar nunca la certeza que ansiaba.

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  • Una pena honda:  recuerdo el día que tuve que acudir al hospital para tomar la pastilla que iniciaría el proceso de aborto, un día antes de la intervención. Cogí el vasito de agua con la mano temblorosa y de golpe rompí a llorar con todas mis fuerzas. Me moría literalmente de la pena. Una de las enfermeras que me atendía me preguntó un poco incomoda “¿pero tú no querías hacer esto?”. Como si el hecho de haber tomado yo la decisión implicara que no tendría que dolerme, que debía sobreponerme y mostrar entereza. Y no, no fue así. No pudo serlo porque la perdida de mi hijo es, con creces, el proceso más doloroso que he vivido, y las circunstancias que lo acompañaron no aliviaban en nada el sentimiento de pérdida.

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  • La duda: en nuestro caso, existía alrededor de un 20% de posibilidades de que nuestro hijo se salvara. Los estudios científicos que pude leer no explicaban nada acerca de las posibles secuelas o complicaciones a largo plazo, pero al menos existía esperanza de que mi hijo pudiera sobrevivir. Me aferré a esa cifra con todas mis fuerzas y, durante semanas, creí tener la valentía de luchar para entrar por esa rendija estrecha. Pero el reverso de la moneda era aterrador. Las personas que más nos querían lo veían claro, “cariño, pensadlo bien, quizás es mejor que paréis aquí”. Esa clarividencia ajena se emborronaba en nuestra mente, era imposible tomar distancia y observar los porcentajes con frialdad. Era nuestro hijo… Teníamos dudas… La duda me acompaña hasta hoy.  ¿Qué habría pasado? ¿Y si desistimos por cobardía cuando nos esperaba un final feliz? Esa duda es aterradora porque lleva implícita que pudiste acabar con la vida de tu hijo de forma injustificada. Como madre, no creo que pueda haber sentimiento mas dañino. Me enredé en ese bucle varias veces, sin poder evitarlo, hasta que encontré dos asideros sobre los que cimentar la salida a flote. El primero fue reconocer que no éramos ni somos superhéroes, que no podíamos cargar con el peso de una realidad que se nos escapaba de los dedos, sobre la que no teníamos control, una situación que afectaba a los pilares más básicos de nuestra existencia. La segunda y más importante fue reafirmarme en el amor incondicional a mi hijo. Fue un embarazo deseado y querido, y ante un escenario angustioso, nuestra decisión fue un acto de amor. Aunque la existencia de mi hijo fue corta, lo amaré profundamente y ese amor me acompañará para siempre.

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  • El miedo al rechazo: A pesar de las dudas, acabé reafirmándome en que habíamos tomado la decisión correcta. La incertidumbre era demasiado grande ante unas expectativas tan lúgubres. Conseguí estar en paz conmigo misma y centrarme en el recuerdo y el amor infinito a mi hijo. Entonces volví a mi oficina en Sudáfrica, donde resido, y comprobé estupefacta que de mi boca solo conseguía sacar un escueto y abstracto “he perdido a mi hijo”. No había nada de mentira en aquellas palabras, pero yo sabía que faltaba la verdad. ¿Por qué esconderme? ¿Por qué utilizar eufemismos y expresiones ambiguas para describir una vivencia de la que me sabía la parte sufridora y doliente? No nos engañemos. No todo el mundo se posiciona a favor del aborto, incluso en casos de enfermedad grave. No hace mucho, en España, hubo un intento de endurecer los requisitos para que las mujeres pudieran abortar en caso de malformación fetal, a pesar de la opinión contraria de la mayoría de la sociedad. El mensaje que recibimos las mujeres que decidimos abortar por enfermedad grave de nuestro hijo es que, para algunas personas, somos claramente culpables. En mi caso concreto, ese miedo sobrevolaba mis pensamientos y ni siquiera di la oportunidad a mis compañeros de trabajo de demostrarme lo contrario. Sudáfrica es un país muy religioso y conservador, por lo que de forma inconsciente asumí que desaprobarían mi decisión y me juzgarían con severidad. Esa idea me daba pavor. Nunca sabré si lo habrían entendido.

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Pero esta no es una historia que acaba en derrota, sino en amor y en unas ganas renovadas de vivir. Hoy hace algo más de año y medio que perdí a mi niño, y puedo decir que he salido adelante. El recuerdo sigue siendo doloroso, y en ocasiones sale a la superficie y lloro de nuevo, pero el sentimiento que impera es el de una madre que quiere a su hijo con intensidad, que es feliz con su familia, que desea vivir…

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El proceso de duelo lleva un tiempo, es necesario que sea así para curar las heridas. Pero el tiempo hace su labor, y la paz llega. Si estás en ese proceso, no te apresures, no es conveniente forzarlo, es de justicia permitirse estar triste. Solo confía en que llegará el día en que el dolor ira remitiendo y el azul del cielo volverá a parecerte hermoso.

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