Estas navidades no pudimos volver a España, demasiadas incógnitas en cada escala. Las fiestas ya no serían las mismas sin la familia y por ello decidimos hacer algo especial, que compensara en parte las ausencias. Nos fuimos al desierto del Kalahari, mi marido, mi hijo y yo, rumbo a la naturaleza más árida y sobrecogedora.
Llevábamos todo el día en el coche, más de cinco horas de tierra amarilla y caminos pedregosos que nuestro 4x4 solventaba con vaivenes, contentos pero exhaustos. Habíamos visto suricatos, jirafas, ñus, pájaros secretarios (tecleadlo en Google) y apenas un par de personas… pero el gran felino se nos escapaba. Mi hijo, hasta ese momento, había alternado largas horas de safari con ratos de siesta y amodorramiento, pero a esas alturas, su cabecita de cuatro años ya no daba para otra cosa que no tuviera forma de helado y de piscina. Se había portado fenomenal, y le prometí que volveríamos al campamento a disfrutar de un chapuzón. Sin interrupciones.
Cuando apenas faltaban 5 km para nuestro destino, un coche exaltado nos hizo ademanes para frenar bajar la ventanilla. En la dirección opuesta, habían visto una manada de 15 leones durmiendo la siesta, un lion pride, el gran premio. Mi marido y yo nos miramos fijamente, en un silencio tenso, comunicándonos con gestos lo que no queríamos hablar en alto. 15 leones, me decían los ojos nerviosos de mi marido. Le hemos prometido a nuestro hijo helado y piscina, contestaban mis labios apretados. Un lion pride, Laura, lo que siempre has querido ver, me imploraba…
Ganó la pugna mi marido, y la ganamos todos, porque los 15 leones fueron alucinantes, y hasta mi hijo se olvidó del cansancio y estiraba el cuello para verlos mejor. Desde estas navidades tenemos la broma en casa, que le repito cada noche cuando me pregunta: mamá, ¿cuánto me quieres?
TE QUIERO MÁS QUE A 15 LEONES
Y puedo decir que no es exageración.
Hoy es el cumpleaños de mi niño, 5 maravillosos años.